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Paisaje del hogar perdido

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Javiera Gutiérrez

EN LA CIUDAD DE Nueva York, hacia 1940, un geniecillo adolescente, muy rubio y muy bajito, visitaba diariamente una biblioteca: "De vez en cuando, veía a una mujer cuyo aspecto me fascinaba, en especial sus ojos, azules, de ese tono azul pálido y brillante de los cielos sin nubes sobre una llanura. Incluso sin este dato singular, tenía un rostro interesante, de mandíbulas firmes, bien parecido, un tanto andrógino. Pelo entrecano, partido al medio. De sesenta y cinco años más o menos. ¿Una lesbiana? Bueno, sí". Así describe Truman Capote en Vueltas Nocturnas su primer contacto con Willa Cather, la consagrada autora y una de sus favoritas.

Para ese entonces, Miss Cather, como todos llegaron a decirle, había producido parte de la mejor literatura norteamericana del siglo XX. Por lo menos dos de sus novelas, Mi Antonia y La muerte viene hacia el arzobispo, son consideradas piezas perfectas, de una belleza estilística que alcanza —según el propio Capote— los niveles de Flaubert.

Willa Sibert Cather nació en 1873 en el estado de Virginia, en el este de los Estados Unidos. Era la hija mayor de una familia numerosa (tenía ocho hermanos) cuya madre disciplinaba a sus hijos con un látigo si lo consideraba necesario. Por el contrario, el padre era un hombre débil y gentil que llegó a confeccionarles zapatitos a sus perros ovejeros. Willa tenía nueve años cuando su familia se trasladó a Nebraska, en el medio-oeste del país. Como cientos de familias norteamericanas, francesas, polacas y bohemias, la familia Cather iba a poblar y trabajar las grandes praderas recientemente ganadas a los indios. Este cambio le produjo a la niña una conmoción tal que durante un año sintió que se le había "borrado la personalidad".

El tránsito de un hogar que se deja atrás hacia otro aún desconocido es el que hace el pequeño Jim Burden en Mi Antonia. Tras haber quedado huérfano, viaja en tren camino de la casa de sus abuelos y una vez que llega a la última estación todavía le resta un trayecto en carreta a través de la noche abierta. "Tenía la sensación de que dejábamos atrás el mundo y nos encontrábamos fuera de la jurisdicción de los hombres. [...] No importa que no llegáramos a ninguna parte. Entre aquella tierra y aquel cielo, me sentía borrado. No recé mis oraciones aquella noche: me pareció que, allí, lo que tuviera que ser, sería."

NOVELAS DE LAS PRADERAS. En Red Cloud, Nebraska, Willa trabó contacto con los intelectuales del pueblo: el doctor, el profesor de piano y el cajero de un almacén de ramos generales con el que estudió las lenguas y autores clásicos y con el que pasaba largas horas hablando de temas filosóficos. También se sintió atraída por sus vecinos extranjeros, su idioma y su cultura centroeuropeos, que vibraban todavía bajo el techo del granero. Era apenas adolescente cuando empezó a usar el pelo corto y varonil, camisa, chaleco y saco de hombre: decía que quería ser doctora. Se inscribió en la universidad bajo el nombre de William y al tiempo se enamoró de una de sus compañeras. Ya había descubierto, cuando un profesor hizo publicar uno de sus trabajos en un periódico local, que se dedicaría a las letras. Durante los siguientes veinte años fue columnista de teatro, correctora y editora hasta que su amiga, la escritora Sarah Orne Jewett, le aconsejó que se dedicara sólo a la literatura.

En 1912 publica Alexander’s Bridge, su primera novela y, en los cinco años siguientes, con O Pioneers!, Song of the Lark y Mi Antonia —sus novelas "de las praderas"—, plasma su estilo, sus temas hegemónicos, su poética y su carácter. Y dibuja —como después hiciera John Ford en el cine—, la historia de una comunidad, los Estados Unidos, formada por desarraigados.

En estos textos, de escritura límpida y serena, que conservará en el resto de su obra, el exilio aparece en diversos niveles. En el trasfondo, están el exilio fundacional, la civilización, el hombre separado de la naturaleza. "Ni la belleza del panorama ni las reuniones con hombres ilustrados, como tampoco el encanto de nobles mujeres, ni las gracias del arte, podían resarcirlo de la pérdida de ese despertar con el corazón liviano en el desierto, ni de ese viento que lo tornaba en un muchacho. Había notado que esa particular condición del aire de los países nuevos se desvanecía en cuanto eran dominados por el hombre y obligados a dar fruto", dice en La muerte viene hacia el arzobispo. En la dimensión individual, los personajes de Willa Cather son hombres y mujeres en conflicto con sus raíces. Inmigrantes que dejan atrás su cultura y se enfrentan con el trabajo campesino, así como hijos de campesinos que van a la ciudad: nadie está exento de ser un desterrado, un desencontrado.

ENCONTRAR Y PERDER. Entronizada y a la vez cristalizada por la crítica como la autora de la colonización, es decir la conquista de un lugar, Cather en realidad habla de la pérdida del lugar, del intento imposible de enraizarse, de obtener un ser tan completo como lo son un árbol o una piedra o una serpiente de cascabel. Si para el padre Latour el hogar será la fe, y morirá cuando su catedral esté finalmente construida, para Jim Burden el hogar es la memoria, y sólo se sentirá pleno en los espacios abiertos que lo transportan a la infancia perdida. Pero fe y memoria no son conceptos o abstracciones sino que están ligadas a los escenarios de la vida, la naturaleza y las acciones de los hombres. Así, los paisajes en Cather no son marcos de referencia, o mera descripción sino que la naturaleza es donde Dios se expresa, y es donde el hombre puede encontrar su verdadero ámbito moral. Cather creía firmemente en la necesidad de que la literatura refleje lo trascendente, "aquello que no se puede nombrar", tal como ella y el Tao Te King lo definen.

Sin duda, aquello que no se podía nombrar era también la homosexualidad. Hay quien lee de esta manera esa cita de la autora. La extensa relación que sostiene con Isabelle Mc Clung, el amor de su vida, finaliza cuando ésta concreta un matrimonio heterosexual. Los testimonios coinciden en que fue una herida profunda para Cather, quien encontró en Judith Lewis una esposa y asistente que la acompañó durante cuarenta años.

Se le adjudica a Willa Cather haber corrido el centro temático que desde hacía siglos le correspondía a las mujeres en la literatura. Sus heroínas no se mueven por la posibilidad de contraer matrimonio o no, ser amadas o no, sino que pretenden desarrollar una totalidad de vida cotidiana, creencias y principios morales. En sus textos, las mujeres tienen voluntad: "Quién se casa con quién es un asunto menor", dice Thea, la soprano que protagoniza Song of the Lark. Esto no convierte a Cather en una escritora esencialmente feminista, sino en una escritora que medirá a todos con la misma vara: "todo ser viviente debe sufrir", sentencia la anciana Harris en el cuento "Old Mrs. Harris".

Nada hubiera querido menos Miss Cather que el acento se pusiera sobre su sexualidad, cuando ella había hecho del pudor uno de los ejes de sus escritos. Sin embargo, años después de su muerte algunos investigadores intentaron acumular pruebas de lesbianismo: rastrearon cartas y desmenuzaron los textos hasta encontrar alusiones que consideraron específicas. No fue mucho lo que hallaron. La cuidadosa, previsora Willa Cather había hecho destruir casi toda su correspondencia y, según relata la escritora y ensayista Katherine Anne Porter, pasaba noches enteras con un texto de Freud en una mano y su propio texto en la otra intentando descubrir y borrar lo que se pudiera leer como autobiografía sexual.

Willa Cather murió en 1947, en la ciudad de Nueva York. Había recibido innumerables premios y distinciones. Preparaba una novela que transcurría en la Avignon de la Edad Media. Seguía mirando hacia atrás, más atrás todavía, con su mirada firme, inmensamente compasiva.

Libros en castellano

Los Colonos (Noguer-Caralt, 1956)

Oscuros Destinos (Plaza & Janes, 1964)

La muerte viene hacia el Arzobispo (Andrés Bello, 1989/ Cátedra, 2000)

El jardín de los gnomos (Andrés Bello, 1989)

Mi enemigo mortal (Alba, 1999)

Mi Antonia (Alba, 2000)

Al canto de la alondra (Pre-textos, 2001)

Pioneros (Alba, 2001)

Para mayores de cuarenta (Alba, 2002)

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